El demonio me hizo hacerlo

Liberación de demonios en los cristianos

«El demonio me hizo hacerlo»

Pablo Santomauro

Primero fueron los psicólogos los que nos enseñaron que vivimos en una sociedad integrada por víctimas. Nadie es responsable por su propia conducta, y por ello hemos visto a gente demandando legalmente a las compañías tabaqueras por el cáncer que adquirieron luego de fumar por años, y a los restaurantes McDonald’s por haber causado su obesidad con comidas de alto contenido grasoso. Los criminales, a su vez, culpan por sus actos a las circunstancias de su pasado y/o el haber crecido en una familia disfuncional. Los homosexuales culpan a sus genes («se nace así», dice el mantra). Todo el mundo culpa a alguien o a algo por su situación.

Esta mentalidad distorsionada del chivo expiatorio no demoró en penetrar la iglesia evangélica. Hoy las conductas más desviadas e insólitas pueden ser atribuidas a la presencia de uno o más demonios habitando en el cristiano. Muchos falsos maestros dentro del cristianismo practican la liberación de demonios aun en los creyentes. Es así que encontramos espíritus de toda índole tales como del divorcio, desidia, mentira, lujuria, pornografía, indiferencia, envidia, chisme, celos,  etc. El caso típico es que luego de que la persona es «liberada» al poco tiempo vuelve a caer en el mismo tipo de conducta. Esto significa que no estamos tratando con demonios sino con patrones de conducta adquiridos, i.e., pecado habitual.

Es significativo que la Biblia nunca describe la obra de los demonios en función de la conducta inmoral o desobediente que supuestamente provocan. La dimensión de los demonios puede influenciar la conducta moral y la santidad de un creyente, pero la Biblia nunca habla de «posesión» en referencia a un cristiano – a decir verdad, ni siquiera habla de «opresión» – sino que el factor siempre presente es la «tentación», y ésta mayormente viene del interior del hombre (Stg. 1:14).

Cierto, Satanás puede tentar, y así lo hizo en un principio en Génesis 3.  Luego que nuestros padres milenarios pecaron, Dios no enfrentó primero al diablo sino que comenzó la «investigación» con el careo de Adán y Eva. En ningún momento quitó la responsabilidad de Adán y Eva, quienes en principio quisieron transferir la culpa a Dios, a la mujer (Gn. 3:12), y a la serpiente (Gn. 3:13) sucesivamente, pero en el final ambos confesaron su pecado («y comí»). El diablo los tentó sin lugar a dudas, pero no los poseyó ni los oprimió. Ni Adán ni Eva pudieron decir: «El diablo me hizo hacerlo». Dios exigió una confesión de parte de los pecadores  y luego proveyó una muerte sacrificial en su lugar para remover la culpa (Gn. 3:21).

El anterior es un patrón establecido para tratar con los pecados del hombre desde la Creación. Este patrón prosigue a través de la revelación de Dios, el hombre confesando su pecado y Dios transfiriendo la culpa por medio de la provisión comprendida en la obra de Cristo en la cruz. Lo que Dios quita es el pecado, no algún espíritu o demonio que nos hace pecar.

Es importante saber que cuando las epístolas hablan de los diferentes pecados en la vida del creyente y cómo tratar con ellos, en ninguno de los casos se indica que un exorcismo es necesario. Sin embargo, muchos enseñan que los pecados mencionados en los pasajes bíblicos a continuación, son causados por demonios que pueden poseer a los cristianos (a los efectos prácticos, no hemos resaltado los pecados, sino los mandamientos y proposiciones referentes a la solución para tratar con ellos y la posición desde la que lucha el cristiano):

«Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricias … dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca … habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo …» (Ef. 3:5,8-10).

«Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechizerías, enemistades, pleitos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes … pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos‘» (Gá. 5: 19-21, 24).

«Porque de dentro del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios,, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez». (Mr. 7: 20-22).

«¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.» (1 Co. 6:9-11).

Una simple lectura de los pasajes anteriores nos muestra que los promotores de la «liberación» de demonios erran al no entender que:

1) La Palabra de Dios da por entendido que los cristianos tenemos el poder de «hacer morir» las cosas que ellos llaman demonios. La presencia del Espíritu Santo en los cristianos les da la victoria.

2) Los verdaderos cristianos han «crucificado la carne con sus pasiones». Una vez más, está al alcance de la voluntad del cristiano el poder para despojarse del viejo hombre (su naturaleza pecaminosa, o carne). Los deseos pecaminosos en el cristiano no desaparecen, pero ahora tenemos el poder para vencerlos (Ro. 6:6,7,12,13). Puesto simple, en los cristianos genuinos, el pecado permanece pero no prevalece.

3) Nuestro propio Señor Jesucristo afirmó que los supuestos demonios que los ministerios de liberación expulsan, se originan en el interior del hombre.

4) A lo que ellos llaman demonios, la Biblia llama «obras de la carne» y «lo terrenal», y los asocia con «la carne», el «viejo hombre» y el «corazón de los hombres».

5) El Espíritu Santo ya ha «lavado» y «santificado» a los creyentes. Si el pecado continúa en un persona en forma habitual, quizá no se haya producido esta acción del Espíritu Santo en la persona. En otras palabras, el niño puede haber nacido muerto.

6) La palabra «demonio» o alguna influencia semejante, así como las instrucciones para llevar a cabo una «liberación», brillan por su ausencia en estos pasajes y en la Biblia en general (en referencia a inmoralidad y desobediencia).

7) El cristiano puede pecar, pero él es el único responsable por hacerlo. Ningún agente externo puede ser culpado por el pecado cometido por el cristiano. La Palabra de Dios nos considera responsables por nuestras faltas. Es gracias a la obra de Jesucristo en la cruz y su victoria sobre la muerte, que hoy podemos los cristianos venir a él en arrepentimiento y ser restaurados en la comunión con Dios. El incrédulo, por su parte, puede hacer lo mismo entregando su vida a Cristo en arrepentimiento y en fe para salvación eterna.

Dios ha provisto la solución para que no sigamos pecando:

«….. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesus, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que le obedezcáis en sus concupiscencias». (Ro. 6: 11-12)

«Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu ….» (Ro. 8:9)

«Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios  en la justicia y santidad de la verdad». (Ef. 4:20-24)

El apóstol Pablo parece estar bajo la impresión de que las afirmaciones, exhortaciones y mandamientos expresados arriba quieren decir algo realmente, no son palabras al viento ni son conceptos relativistas. La Palabra de Dios nunca llama al cristiano a hacer algo que el creyente no tiene la capacidad de hacer.

Esto significa que ahora tenemos la habilidad de elegir correctamente, de hacer el bien o el mal, de andar en el Espíritu o en la carne, de renovarnos en el espíritu y vestirnos del nuevo hombre, de considerarnos muertos al pecado y no dejar que el pecado reine en nosotros, si en realidad somos nacidos de nuevo.

El viento puede soplar hacia el este, norte, sur, oeste, o cualquier combinación de los anteriores, no importa hacia donde sople, es la posición de la vela la que determina la dirección en la cual el velero navega. Pongan sus velas en la posición correcta

¿Qué significa que hemos muerto al pecado? Significa que hemos muerto al dominio del pecado, o al reinado del pecado. Antes de confiar en Cristo como Salvador nosotros pertenecíamos al reino de Satanás y del pecado (Ef. 2:2). Estábamos bajo el poder del pecado, no teníamos la posibilidad de decir «no peco» — eramos esclavos o prisioneros, nacimos en esta esclavitud, todo individuo nacido desde Adán (con excepción de Cristo) nace esclavo del pecado y de Satanás.

Ahora, como dice el dicho, otro gallo canta. Dios ha provisto, ha puesto a nuestra disposición el camino hacia una vida de santidad y poder, una vida en el Espíritu. Dios lo ha hecho, pero como toda cosa dual en la Escritura, nosotros tenemos que resistir en el Espíritu. No confundamos el potencial de resistir (el cual Dios nos ha dado) con la responsabilidad de resistir (que es nuestra), y en esto, los demonios no tienen nada que ver. <>

*Este artículo fue publicado en este blog con el permiso previo del apologista Pablo Santomauro.

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