«He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.» (2 Timoteo 4:7-8).
Por: Zobeida Brito
Nota del administrador: Este escrito fue publicado por primera vez en julio 7, 2006
Hace varias semanas atrás asistimos a la celebración de graduación de los estudiantes de la Universidad que completaron sus estudios, Chapman University en California. Entre los que se encontraba nuestra querida nieta Annette. Había regocijo en la familia y gratitud a Dios por ese momento tan especial para Annette .
El Anaheim Convention Center comenzó a llenarse de familiares y amistades de los estudiantes. Los flashes de las cámaras de fotografía y las cámaras de videos se hacían notar. Llegaron el momento de la entrega de diplomas, los silbidos, aplausos, gritos de júbilo culminaron hasta el final del programa, y a mi mente vinieron las palabras recopiladas escritas por el Aposto Pablo en su segunda Epístola dirigida al joven Timoteo. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Pablo, se sentía comprometido con el joven Timoteo al que menciona como amado hijo en el verso 2, del capítulo 1, de Segunda de Timoteo, su hijo espiritual al que trataba de ayudar con sus consejos, preparándolo para aquella difícil y larga carrera que él había escogido como predicador del evangelio de Jesucristo. Pablo lo exhorta a ser un buen soldado de Jesucristo. Un obrero de valor.
Nosotros damos gracias a Dios, por los jóvenes de nuestra congregación que se esfuerzan por prepararse secularmente y espiritualmente para el servicio al Señor. Annette a sus veintidós años terminó su primera parte de la carrera que ella escogió, porque hay un llamado de Dios en su vida para el ministerio. Hoy en día ella está dirigiendo como líder al grupo Juvenil en nuestra iglesia. La Gloria sea para nuestro Dios.
La iglesia de Jesucristo, el pueblo de Dios, si usted no lo sabía, está en un maratón corriendo la carrera para alcanzar la meta que cada cristiano sabe que de ello depende recibir su galardón, dado por nuestro Señor, al terminar nuestra vida terrenal y llegar a la mansión celestial que cada hijo de Dios tiene reservada. Y después de todo, recibir la corona de la vida.
«Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.» (2 Timoteo 4:8).
Que Dios les bendiga ricamente.
*Toda Texto Bíblico sin otra indicación, ha sido tomado de la Santa Biblia, Reina Valera 1960.